El libro de Isaías

lunes, octubre 09, 2006

Arturo Alape

Me costó mucho trabajo aprender a decirle Arturo Alape, porque siempre le decía por su nombre propio: Carlos. Pero alguna vez, de manera indirecta, me preguntó por qué no podía decirle yo como figuraba ya en sus tantos libros. Y ahora que había aprendido a decirle Arturo, se ha muerto. Ha muerto el 8 de octubre, como si quisiera conmemorar la muerte del Che Guevara. Se puede estar riendo y se sentirá orgulloso. Su devoción por la revolución del hombre nuevo siempre fue intrasferible. Nos conocimos al comienzo de la década del 70, fundamos el grupo Punto Rojo, de carácter literario y político, me enseñó lo que era la militancia en su Partido Comunista, hicimos la revista Punto Rojo, logramos sacar varios libros con ese sello editorial, luego nos separamos un poco, entre otras cosas por razón de sus exilios, le hice algunas entrevistas y escribí unos artículos sobre sus cuentos, que se publicaron en la prensa nacional y de provincia, y luego la vida y la fe en un futuro más justo para el hombre, nos mantuvo unidos, hasta su muerte a causa de una leucemia que enfrentaba desde hacía más de una década.
Le debo haber conocido a Cuba en 1976, pues en 1975, cuando él fue jurado del Premio Casa de las Américas, me recomendó con Roberto Fernández Retamar.
Sus libros son muchos y muy importantes, de literatura, de testimonio, de historia. Y jamás podré olvidar su obsesión maestra por la revolución socialista, por una democracia que jamás hemos tenido en el país, sus ataques a la intolerancia, que siempre instrumentó con su recia ironía, con su humor negro, con la única arrogancia admisible: la de la voluntad popular.
Hoy en la dolorosa partida, tres de sus cuatro mujeres lo despidieron, como su hijo Manuel y su hija Paloma, con un llanto inconsolable: Olga Restrepo, Olga García y Katia, la joven que lo sobrellevó en su último exilio y en su larga agonía. Teresa, su primera esposa, se había despedido de él el viernes 6 de octubre, antes de viajar a Cuba.
El ritual fue secular, con un texto escrito para la ocasión por él mismo, con las palabras de sus amigos y con una tanda de boleros interpretados por la Sonora Matancera.
La muerte de Carlos, de Arturo, me ha impresionado, y me ha sobrecogido el terror de saber que los recuerdos que compartíamos, ahora se dividen irremediablemente. El río no puede devolverse, es lo que siento. Y me entra el pavor.
No lo pensé así en San José del Guaviare, cuando Benhur recibió, a la hora del desayuno, la noticia de parte de Sara. Sabía que tenía que morir porque su lucha había sido larga e intensa. Hoy se que es la historia de nuestro pasado, de lo que teníamos en común desde cuando jóvenes tratábamos de construir por el país, lo que se ha partido. ¿A quién recurriré para preguntarle por las cosas que ocurrieron a nuestro alrededor? La desventura del tiempo es el olvido, a ese que él quiso ponerle coordenadas en muchos de sus libros.
Y me engañó porque creí que volvía a salvarse de nuevo, como tantas veces antes, luego de sus transfusiones. Debía verlo la semana entrante; y ya con su muerte el olvido se encargará de nosotros. (Por eso lloro).

2 Comments:

At 11:31 p. m., Anonymous Anónimo said...

Un especial saludo de un paisano que por la virtualidad de esta epoca me pude comunicar por este medio.
Las palabras dichas, bien dichas.
Partió el amigo
Hasta luego.

 
At 10:22 a. m., Anonymous Anónimo said...

Isaías, leí todo tu blog, está muy interesante. Me conmovió especialmente este texto sobre Alape, es hermoso, me permite recordarlo. Afortundamente su literatura queda, no así su sonrisa.

Saludos,
CHRISNEL SANCHEZ A.

 

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