Jorge Villamil, el otro

Una biografía como esta, Las huellas de Villamil, escrita por Vicente Silva Vargas sobre el compositor colombiano Jorge Villamil Cordovez, da para muchísimas reflexiones. Bosquejo unas.
En su segunda edición, patrocinada por la alcaldía de Neiva, corregida y aumentada (trae una entrevista como epílogo, fundamental para conocer el ser político de Villamil), el libro podría ser un texto universitario de historia huilense y colombiana. Es decir, permite conocer la vida de Villamil (Hacienda de El Cedral, Neiva, 1929), en todos sus pormenores -domésticos, profesionales y artísticos-, a tiempo que cifra los aconteceres políticos, económicos y sociales del país y la región. Vicente Silva Vargas –lo dice en el prólogo y lo cumple en su proyecto- no quiso enganchar canción con canción para sacar adelante la vida del compositor, sino que profundizó en las coordenadas vitales del biografiado y en las del contexto local y global en que se van produciendo. Y como Villamil Cordovez viene de raíces decisivas en el desarrollo del sur de Colombia, estudió medicina y continuó las empresas comerciales de su padre, su vida filtra las acciones, problemas y conflictos del país.
Desde el punto de vista musical, Jorge Villamil irrumpe en la década del 60 de manera casi excepcional. Los duetos antioqueños de música colombiana (Espinosa y Bedoya, Obdulio y Julián, etc.) y la música colombiana generada por José A. Morales, por ejemplo, comienzan a descender en el rating radial de la época. El rock y las grandes bandas anglo-norteamericanas, la nueva ola, entre nosotros, apabullan las melodías nacionales. Y, sin embargo, en 1962, por todo Latinoamérica, se impone una composición romántica, en ritmo de pasillo –lento, por cierto, tan lento que nadie lo bailaría, a diferencia del pasillo andino, rápido y bailable-, llamada “Espumas” (en 1966 la grabó Javier Solís). A propósito, no se ha hablado de las modificaciones e innovaciones musicales (él, que no había estudiado música), para ese momento, de Villamil, pero son ellas las que permiten romper el cerco en las disqueras y emisoras del mundo.
La música de Villamil se destacó por los pasillos, bambucos, rajaleñas, sanjuaneros, guabinas (nuevas, también, nada santandereanas) y otros ritmos tradicionales, pero el disco que acompaña el libro, cantado sólo por mujeres (Carmenza Duque, Carmiña Gallo, Patricia González, Olga Acevedo, Lucía y María Mercedes), le recuerda a uno que el repertorio melódico de Villamil no tiene límites: boleros, vals, pasajes, pasodobles, porros, paseos, cañas, etc. Temas que si viviéramos en un país menos arribista, menos parroquial, fácilmente ocuparían franjas destacadas de la radio colombiana.
La biografía de Villamil incluye, como parte del desarrollo histórico del personaje, la letra de 174 canciones suyas, con la ubicación anecdótica respectiva y el análisis de las mismas. El mundo narrativo suyo sorprende y se sale de los cánones acostumbrados. Su vida pública, vinculado en muchas ocasiones a las actividades culturales del departamento o la nación, o a las políticas, como cuando hizo parte de las comisiones de negociación con la guerrilla (se dice que una de sus composiciones es uno de los himnos de las Farc, "El barcino"), su defensa de los autores colombianos desde Sayco, su profesión como ortopedista, siempre se proyectó en su vida musical.
Hoy, la diabetes lo mantiene alejado de la vida pública, pero Vicente Silva Vargas, abogado y periodista, garzoneño, lo saca a la luz pública y mantiene su vida artística a la vista de un país que nunca lo ha ignorado.