El libro de Isaías

jueves, noviembre 30, 2006

Jorge Villamil, el otro


Una biografía como esta, Las huellas de Villamil, escrita por Vicente Silva Vargas sobre el compositor colombiano Jorge Villamil Cordovez, da para muchísimas reflexiones. Bosquejo unas.

En su segunda edición, patrocinada por la alcaldía de Neiva, corregida y aumentada (trae una entrevista como epílogo, fundamental para conocer el ser político de Villamil), el libro podría ser un texto universitario de historia huilense y colombiana. Es decir, permite conocer la vida de Villamil (Hacienda de El Cedral, Neiva, 1929), en todos sus pormenores -domésticos, profesionales y artísticos-, a tiempo que cifra los aconteceres políticos, económicos y sociales del país y la región. Vicente Silva Vargas –lo dice en el prólogo y lo cumple en su proyecto- no quiso enganchar canción con canción para sacar adelante la vida del compositor, sino que profundizó en las coordenadas vitales del biografiado y en las del contexto local y global en que se van produciendo. Y como Villamil Cordovez viene de raíces decisivas en el desarrollo del sur de Colombia, estudió medicina y continuó las empresas comerciales de su padre, su vida filtra las acciones, problemas y conflictos del país.

Desde el punto de vista musical, Jorge Villamil irrumpe en la década del 60 de manera casi excepcional. Los duetos antioqueños de música colombiana (Espinosa y Bedoya, Obdulio y Julián, etc.) y la música colombiana generada por José A. Morales, por ejemplo, comienzan a descender en el rating radial de la época. El rock y las grandes bandas anglo-norteamericanas, la nueva ola, entre nosotros, apabullan las melodías nacionales. Y, sin embargo, en 1962, por todo Latinoamérica, se impone una composición romántica, en ritmo de pasillo –lento, por cierto, tan lento que nadie lo bailaría, a diferencia del pasillo andino, rápido y bailable-, llamada “Espumas” (en 1966 la grabó Javier Solís). A propósito, no se ha hablado de las modificaciones e innovaciones musicales (él, que no había estudiado música), para ese momento, de Villamil, pero son ellas las que permiten romper el cerco en las disqueras y emisoras del mundo.

La música de Villamil se destacó por los pasillos, bambucos, rajaleñas, sanjuaneros, guabinas (nuevas, también, nada santandereanas) y otros ritmos tradicionales, pero el disco que acompaña el libro, cantado sólo por mujeres (Carmenza Duque, Carmiña Gallo, Patricia González, Olga Acevedo, Lucía y María Mercedes), le recuerda a uno que el repertorio melódico de Villamil no tiene límites: boleros, vals, pasajes, pasodobles, porros, paseos, cañas, etc. Temas que si viviéramos en un país menos arribista, menos parroquial, fácilmente ocuparían franjas destacadas de la radio colombiana.

La biografía de Villamil incluye, como parte del desarrollo histórico del personaje, la letra de 174 canciones suyas, con la ubicación anecdótica respectiva y el análisis de las mismas. El mundo narrativo suyo sorprende y se sale de los cánones acostumbrados. Su vida pública, vinculado en muchas ocasiones a las actividades culturales del departamento o la nación, o a las políticas, como cuando hizo parte de las comisiones de negociación con la guerrilla (se dice que una de sus composiciones es uno de los himnos de las Farc, "El barcino"), su defensa de los autores colombianos desde Sayco, su profesión como ortopedista, siempre se proyectó en su vida musical.

Hoy, la diabetes lo mantiene alejado de la vida pública, pero Vicente Silva Vargas, abogado y periodista, garzoneño, lo saca a la luz pública y mantiene su vida artística a la vista de un país que nunca lo ha ignorado.

viernes, noviembre 24, 2006

Saki, Chopin y otras sorpresas


Saki se llamaba Hector Hugh Munro, birmano, de padre inglés, nacido en 1870. Murió en 1916. Con su cuento “La ventana abierta”, comienza la selección que publicó la Alcaldía Mayor de Bogotá en la colección Libro al viento, que dirige Ana Roda. Su antólogo, el extraño, discreto y hermético escritor, Julio Paredes Castro, quizás pariente del, también, discreto y cordial, Jaime Paredes Pardo, payanés, escritor de viñetas inolvidables, alguna vez director de “Lecturas Dominicales” de El Tiempo, le colocó como título La ventana abierta y otros cuentos sorprendentes. Y es lo menos, y lo más, que se puede decir de estos seis cuentos, para no perdernos en las clasificaciones de los subgéneros: fantástico, de terror, de horror, de aventuras, de suspenso, que lo son también. En cualquiera de estos casos, el adjetivo de sorprendentes, que les dio Julio Paredes, es el justo.
Luego de Saki, viene Kate Chopin, de 1851, nacida en Saint Louis, con el cuento “Una mujer respetable”, de gran finura en la trama y hondura en la indagación de los personajes. Completan la selección, cuatro reconocidos escritores (Saki y Chopin lo fueron en su época): el maestro de la tensión y las narraciones tenues, Henry James, con “Los años de madurez”; Jack London, el inolvidable contador de aventuras marinas o de la selva, con “El pagano”; Mark Twain, siempre tan zorro, con “Una historia sin final”; y, cierra el libro, Ambrose Bierce, cargado de sordidez, con “La ventana tapiada”.
En estos sorprendentes y bellos cuentos, la conciencia de lo real suele reñir con las impresiones psicológicas, y se alternan en la búsqueda de la verdad, sin que se logre la claridad racional. En cada caso, el narrador, con el lector, se pierden en laberintos, a veces, apabullantes. Ser un humano equivale a ver cosas inexplicables a través de ventanas abiertas, o a vivir otras, no más explicables, con ventanas tapiadas.
De los seis cuentos, todos sirven para aprender algo del arte del narrar, pero, sobre todo, dos de ellos recomiendo para estudiar en ese sentido: “Los años de madurez”, de James, que plantea con dureza la pregunta de hasta cuándo puede esperar un escritor para producir la mejor de sus obras; y, “Una historia sin final”, de Twain, que propone, en el fondo, la posibilidad de romper la santa trilogía de inicio, desarrollo y conclusión de un cuento.

jueves, noviembre 09, 2006

La razón de José Luis Garcés González

José Luis Garcés González fundó en Montería, con otros escritores, hace unos 26 años, el grupo literario y cultural “El Túnel”. Desde entonces, ellos marcan la pauta del desarrollo cultural de Córdoba y de los departamentos vecinos. En el grupo, su animador perpetuo, la llama y la voz que no da, ni pide tregua, es José Luis, un hombre sentencioso, de pocas palabras, de mucha seriedad en los actos públicos, y de risotadas en los descansos. Antes fue el narrador y el poeta de tantos títulos consagrados en los concursos nacionales (quién no recuerda su novela Carmen ya iniciada o los cuentos de Entre la soledad y los cuchillos, o su guión para televisión de Caballo Viejo). Ahora es profesor de la Universidad de Córdoba, y su condición de educador se ha acentuado. Todos atienden sus proyectos, sus infinitas ganas de llevar la literatura y la cultura a los sitios menos imaginados (nadie sospechó el éxito del recital a las orillas del río Sinú, en ese hermoso parque, con teatrinos, salas y refugios para animar cualquier tertulia, que se inventaron bajo el nombre de La ronda del Sinú).
En el XIV Festival de Literatura de Córdoba, que él y su equipo organizaron los días 4 y 5 de noviembre, José Luis Garcés González volvió a reunirlos a todos y los puso a reflexionar acerca de la enseñanza de la literatura. Allí nos encontramos con Luis Fernando Macías (Medellín), José Ramón Mercado (Cartagena), Gina Ruz Rojas (Cartagena, directora de la revista de investigación cultural Noventaynueve, dedicada en su último número al poeta recién fallecido Jorge García Usta, a quien el encuentro homenajeaba), Luis Majín Rodríguez (Cali), José Manuel Vergara, Luis Roberto Mercado (Planeta Rica), Alberto Hernández, David Pérez, Nelson Castillo, Juan Santana, Naudín Gracián, Carmen Amelia Pinto, Yaneth Posada, Jorge del Río, Ricardo Vergara, Albeiro López, Jorge E. sierra, Galo Alarcón, Alex Montes, Irina Henríquez, Ignacio Verbel, Francisco Atencia, Carlos Marín (hace un excelente suplemento dominical en El Meridiano de Córdoba), Amaury Díaz, Luis Fernando Galindo, Néstor Solera, Eduardo Mendoza, Manuel Vidal, Miguel Villarreal, Edgardo Puche, y algunos más que, segurmanete, se me escapan.
La más reciente novela de José Luis la publicó la Universidad de Antioquia con el título de Ese viejo vino oscuro.

Los nombres de Maruja Vieira


En sus contados y calificados libros de poesía, entre ellos, Campanario de lluvia, Los poemas de enero, Palabras de la ausencia, Clave mínima, Mis propias palabras, Tiempo de vivir, Sombra del amor, Los nombres de la ausencia, siempre apareció como Maruja Vieira. Y muchos siempre la hemos llamado, con afecto, Marujita. Lo que pocos sabían era que Marujita no era Maruja, sino María. Lo descubrimos el 1 de noviembre, en la sede del Concejo de Bogotá, cuando el poeta Hugo Cortés, como maestro de ceremonias, leyó el acuerdo en virtud del cual dicha institución la condecoraba con el más alto grado de la orden José Acevedo y Gómez, a instancias del concejal Emel Rojas. Las razones de la alta distinción son las mismas que llevaron a la Fundación Mujeres de Éxito a publicar, a comienzos de este año, uno de los mejores libros de Maruja Vieira, Los nombres de la ausencia, con el sello de Ediciones San Librario, e ilustraciones de Manuel de Montalvo y Correa.
¿Pero cuándo la escritora, que nació en Manizales en 1922, comenzó a ser Maruja? Me lo dice en esta carta de ayer 8 de noviembre: “Creo que sabes la historia de que María Vieira White, como yo firmaba en aquel lejano 1943, llegó hasta cuando Pablo Neruda me sugirió que eran demasiadas vocales, y que el White no venía al cuento”.
Tal vez, después de haber consagrado su vida a una poesía sobria, sustantiva, inteligente, que rasguña la historia y que nombra las cosas y los seres humanos en su tiempo presente, Maruja Vieira misma se haya asombrado de ser, en la plenitud de sus años (y de su poesía, que no decae), María Vieira White, a pesar de las vocales y de Pablo.
Recomendamos leer sus palabras dichas al recibir la condecoración. Y leer sus libros. Este poema que trascribo, pertenece a su libro Los nombres de la ausencia:
“Encontré al viento
hojeando tu libro
Andrés Caicedo.

¿O serías
tú mismo?”

jueves, noviembre 02, 2006

Manuel José Rincón, premio capital


En el 99 y luego en el 2000, primero con Jorge Franco y luego conmigo y Oscar Godoy, estuvo Manuel José Rincón Domínguez en el Taller de Escritores de la Universidad Central (Teuc). Luego fundó su grupo de taller de cuento con Godoy, Andrea Vergara, Fernando Cano, Luis E. Caviedes, egresados del Teuc, más otros escritores jóvenes que fueron llegando y yéndose. En este último, por cierto, volví a escribir mis cuentos (los cuentos tukanes), gracias a la amistad, a la disciplina, al vino y a la comida, del pequeño grupo. A su vez, Manuel José asistía al Grupo Carpentier que habíamos fundado en los ochentas con egresados del Teuc (Gloria Inés Peláez, Jorge Cardona, Oscar Arcos, Mauricio Díaz, Hugo Montero, Germán Gaviria, entre otros) y que ahora comandaba Philip Potdevin. Después, en el 2006, Manolo pasó al taller que comenzó a dictar en la biblioteca de El Tunal, el novelista Nahum Montt. Digo todo esto, porque Manolo ha sido tallerista y nunca lo ha negado. Como en México, en cuba, en Argentina, en Estados Unidos, él hace parte de las promociones de escritores cultivados en los talleres. Y porque un jurado integrado por Lina María Pérez, Conrado Zuluaga y Guillermo González Uribe (algunos de ellos no muy amigos de los talleres) acaba de otorgarle el primer lugar a El perro,El voyerista, La ambulancia y La vecina, el Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá, del IDCT, un libro que sudó, que padeció, que se gozó, que cambió tantas veces, que lo llevó otras hasta la depresión, que recorrió por el mundo (porque es una historia de ciudades del mundo, porque Manolo es periodista y nómada, porque es disciplinado hasta las multas, y, a la vez, un gocetas que se divierte inventando lo que no conoce por su oficio, y porque llegó hasta la angustia de creer que si no podía ser escritor, solamente le quedaba una alternativa: ser escritor).
Sus cuentos, que aparecerán el año entrante, lo demuestran.
Con Manolo, los egresados del Taller de Escritores de la Universidad Central ganan por tercera vez consecutiva el Premio de la Capital. Antes, fueron Nahum Montt (en novela) y Juan Álvarez (en cuento).

La Movida Literaria


La noche del lanzamiento del No. 3 de la revista La Movida Literaria en la librería Biblos, la cosa estuvo movidita. Los fundadores de la revista, Juan Pablo Plata y Sebastián Pineda, esta vez hicieron de maestros de ceremonia, y el nuevo director, Andrés Mauricio Muñoz, prendió la mecha. Presentó la novela póstuma del prometedor y muy lamentado por todos, Johan Rodríguez –Bravo, Ciudad de niebla (ver portada). Ya dirán los lectores si Johan prometió y cumplió (ver la reseña de Andrés Mauricio Muñoz en la revista). Y luego para hablar de esta edición de La Movida Literaria, que trae en carátula a Enrique Vila-Matas y a Juan Villoro (con entrevistas adentro), una mesa redonda se desarrolló con los escritores Carolina Alonso, Hernando Cabarcas, Jorge Iván Parra y Alejandro Martín. Se habló de libros y revistas, de los gustos literarios, de las estadísticas de lectores en Colombia, de los métodos y los resabios de profesores y lectores, de los procesos de circulación, del mercado popular de los libros (Hernando Cabarcas), de la inutilidad de las bibliotecas (tesis de Jorge Iván), de la inutilidad de los libros (tesis de Alejandro Martín, editor de la revista de libros Pie de página), del cine y los libros, de las políticas de lectura sin políticas editoriales del Estado, del libro como prioridad en el supermercado, de la necesidad de las reseñas de libros y de los malos reseñadores. Pero para seguir discutiendo, lo más polémico fue lo dicho por Jorge Iván: “reseño lo que no tiene pierde” (para Lecturas Dominicales de El Tiempo), y por el fresco e interesante Alejandro Martín: ¿se es mejor leyendo?
Noche movida para una revista irreverente, con gente nueva: David Roa, las mexicanas Miriam Mabel Martínez y Alma Karla Sandoval, Juan Sebastián Cárdenas, más los ya citados, y el consagrado Efraim Medina Reyes, que escribe “De cómo dulcinea intenta revolcarse con sancho en un establo”.

Alberto Salcedo Ramos en Arcadia


En el No. 13, especial de primer aniversario, la revista Arcadia le pidió a 11 escritores que leyeran (si no lo habían hecho) una novela clásica entre las colombianas y que le entregaran una crónica sobre los escenarios actuales en que aquellas transcurren. Por cierto, excelente (con una sola excepción) la selección de las novelas (¡ojo, profesores!), que cito en el mismo orden de la revista: La Vorágine, El amor en los tiempos del cólera, Sin remedio, La última escala del Tramp Steamer, ¡Que viva la música!, La casa grande, La tejedora de coronas, Las estrellas son negras, Cuatro años a bordo de mí mismo, Aire de tango, Mi hermano el alcalde.
Acerca de La casa grande investigó Alberto Salcedo Ramos, y al final su conclusión es apoteósica, y creo que aplicable a todas las novelas. Así termina su crónica (perdón Alberto por citarte tan largo):
“Sólo una de las personas con las que conversé durante mi peregrinaje por ciénaga ha leído La casa grande: el profesor José Manuel Elías. Los demás –el pintor, el poeta, el investigador, el historiador y el asesor de cultura- la desconocen. Todos ellos, eso sí, levantan el pecho para comentar que se sienten orgullosos de que se haya escrito una novela notable sobre su pueblo. Y algunos hasta afirman sin ruborizarse que Cepeda Samudio es el verdadero creador del Realismo Mágico, ´el mejor escritor de habla hispana dicho por todas las enciclopedias´. Nada nuevo, pienso: en este país la literatura siempre ha sido más citada que leída, más motivo de consejas parroquiales que de debates serios. Discutimos sobre la fama del escritor, sobre su relación con el poder, y nos desentendemos de lo que escribe, que es lo único importante. Por eso la historia nos atropella sin dejarnos ni una sola lección. Por eso la riqueza se nos esfuma y sólo nos quedan el olor y la leyenda”.
(Entre paréntesis, tres guiños: Arnoldo Palacios ya no vive en París –con Nicolás Suescún y Roberto Rubiano, lo tuvimos como jurado del concurso de novela corta para egresados del Taller de Escritores, a mitad de año-, y Las estrellas son negras y Cuatro años a bordo de mí mismo, sí han permanecido en catálogo).
Marianne Ponsford, directora de Arcadia, debiera sacarla cada 15 días, con el mismo perfil, es decir, dándole prioridad a los libros.

Giovanny Gómez, el nuevo poeta

Un concurso buscaba a un buen poeta inédito en Colombia y lo encontró en Pereira. La convocatoria la hizo la Tertulia Poética de Gloria Luz Gutiérrez, con el apoyo de la Casa de Poesía Silva y el Instituto Caro y Cuervo. Los jurados, Juan Gustavo Cobo Borda, Jotamario Arbeláez, José Luis Díaz Granados, Hernando Cabarcas y Mario Rivero, escogieron el libro Casa de Humo de Giovanny Gómez. Una mujer fue finalista, Patricia Ariza, con Hojas de papel volando.
Giovanny Gómez, un bogotano paisa, de 27 años de edad, se ganó el premio millonario, con un libro escrito en medio de sus estudios de español y literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira, donde le patrocinan una excelente revista de poesía que él fundó, que ya hizo carrera, Luna de Locos, nombre, además, con el que realiza otras actividades culturales, como ciclos de conferencias y seminarios de investigación. Dirige en Pereira, a donde llegó en 1992, el cine club de la Cámara de Comercio, con el nombre de Cine de Cámara, uno de los más activos allí.
En algunos de los poemas que conocemos de su Casa de Humo, el joven poeta revela una posición vitalista que confirma la fuerza de una tradición que, en Colombia, arranca con Porfirio Barba Jacob y desciende por Raúl Gómez Jattin.
Estos son dos poemas de su libro premiado, que aparecerá en 2007.

UNA PALABRA COMO CASA

Señor dame una palabra
que tenga la forma de un barco
un barco de velas inextinguibles
donde pueda ir a conocer el mar
Dame esta palabra por casa
por vestido por amante
deja que ella sea mi soledad
mi alimento y no pueda sobrevivirla

Aquí estoy tan vacío de formas
y silencio...
Toda mi inspiración semeja
el ruido de unas manos atadas
necesito un barco por cuerpo
y el amor por mar

Escúchame por estas alucinaciones
y la vastedad de las cosas que vuelven
a su lugar

UN RUIDO AMARILLO EN LA MADRUGADA

Días que despiertan muy temprano para mí
horas en que el amanecer regresa
sobre el cansancio de los ojos
y no sé si despertar conviene

Una oración rastrea por el cielo del techo
y medra en la oscuridad como una luz que tiembla
A veces el poema
es una lengua extranjera

TIEMPOS

Hablo de los días y las noches
del trepidar de calles
del sol que perjura en sus navajas

Hablo de una llaga en mi espalda
donde el peso del mundo duele
de lo único que no dejan ver los cristales
del rencor y su transparencia en la sangre

Hablo de un animal dormido
y compases de vals con mariposas en mi alberca

Hablo de no poder ignorar
las auroras con sus muertos
de mis manos sudorosas
de las paredes donde se oculta el amor
del dios que canta en esas orillas
donde se rompen las olas

miércoles, noviembre 01, 2006

Biblioteca Carlos Medellín Forero



Fue una gratísima sorpresa, aún para los miembros de la comunidad académica centralista: el 24 de octubre, en acto público presidido por el rector Guillermo Páramo, y vicerrectores, Pablo Leyva y Nelson Gnecco, el Consejo Superior había decidido darle nombre a la biblioteca de la Universidad Central, y había escogido el nombre de su cofundador y primer rector, el educador, poeta y narrador, Carlos Medellín Forero. En el acto hablaron, además del rector, el médico y pintor, consejero, doctor Fernando Sánchez Torres, y Carlos Eduardo, uno de los hijos de Carlos Medellín.
Carlos Medellín Forero nació en Pacho, Cundinamarca, en 1928, y sus improntas permanecen intactas en tres grandes campos: el educativo, el literario y el jurídico. Fundó el Claustro Moderno en 1966, dirigió revistas literarias, de los impulsores primeros de las orquestas sinfónica y filarmónica de Bogota, columnista de los diarios capitalinos, profesor universitario, ensayista universitólogo, poeta (ganó un premio nacional con su libro Moradas), un excelente cuentista (no es sino mirar su libro El encuentro y otros cuentos), comentarista radial, pensador y jurista demócrata (hizo parte de la Corte Suprema de Justicia en uno de sus mejores momentos civilistas), funcionario universitario (rector encargado de la Universidad Nacional, lo mismo que del Externado de Colombia - suya es la firma de mi diploma de abogado), y un contertulio generoso como ninguno. Carlos Medellín murió en 1985, porque las voces de cese al fuego de su amigo Alfonso Reyes, presidene de la Corte, nunca fueron respondidas por el presidente de la república.
En la Biblioteca Carlos Medellín Forero continuaremos su faena educativa, literaria, civilista, humanista y humanitaria. Y su sonrisa permanecerá.

Puesto de Combate, la revista joven

Por estos días, circula el No. 69 de la revista literaria (“La revista de la imaginación”) Puesto de Combate, que su director, el narrador Milcíades Arévalo, quiso –sin poderlo, por ahora- dedicar al tema erótico (como todo 69). Con foto del poeta Raúl Gómez Jattin en portada, sus 40 páginas incluyen poemas, cuentos o comentarios críticos de: Walt Whitman, Jorge Teillier, Raquel Jodorowsky, Orlando Sierra, Luis Roberto Mercado, Jaime Fernández Molano, Henry Posada, Uriel Giraldo, Juan Carlos Acevedo, Juan Manuel Roca, Matilde Espinosa, Luz Helena Cordero (ella escribe sobre la poesía de Raúl Gómez), Winston Morales (escribe sobre Fernando Vallejo), Heider Rojas, Hernán Fonseca, Leonel Ramírez, Luz Macías y Augusto Jaramillo. Y al lado de la bandera, en la contracarátula, aparece esta nota editorial que me pidió su director:
“Anda la revista Puesto de Combate por sus 35 años de corajuda vida sin dar un pie atrás, ni, tampoco, jamás, un traspiés. Su director, el cuentista y novelista Milcíades Arévalo, ha dedicado más de la mitad de su vida a darle vía libre a la producción literaria de los escritores del país y del mundo, sobre todo a la de aquellos que apenas han acabado de comenzar el largo e incierto camino de la creación literaria. Ha sido afortunado en su elección, además, porque cada vez que ha levantado la bandera de partida para alguien que ha llegado con sus manuscritos a su escritorio, con los años se ha demostrado que el director de la revista no estaba equivocado.
El abrirle las puertas a los escritores de cada nueva generación, con la generosidad suya, siempre ha estado acompañado, además, de su tutoría y criterios de selección. No ha sido darle el semáforo en verde a la irresponsabilidad del nuevo autor, o a confirmarla en aquellos que siguen sin enmendar sus culpas. La revista, que en algunas ocasiones ha convocado concursos de cuento y poesía, con jurados a prueba de señalamientos, ha combinado, también, con prudencia y con mucha claridad, a jóvenes autores con viejos lobos de mar de la literatura, a los primeros para premiarles la calidad conseguida a tan temprana edad y para que no piensen que todas las puertas se cerraron en el país de las marrullas y para que persistan en el viaje sin regreso de la literatura, y a los segundos para rendirles los homenajes ganados en vida y en muerte, para que sigan en las retinas de los jóvenes y para que la historia cultural del país –a veces tan neblinosa- no se agote en el mar de entuertos políticos, sociales y económicos, que asedian al país, sin que ningún medio de carácter literario, permanezca activo las 24 horas del día, como sí sucede en otros lugares del mundo.
Con 35 años de trabajo, Puesto de Combate permite ver ya un desarrollo de la poesía y la narrativa colombianas, fenómeno que no se podría constatar con las revistas que claudicaron, o con los medios escritos que, por razones predecibles, dejaron de publicar cuento y poesía en sus páginas, anulando la posibilidad del desarrollo de los mismos (a ese nivel) e impidiendo el seguimiento que suele darse por esas rutas en otras partes del mundo.
Como las revistas literarias, que nacen y mueren con rara espontaneidad en Colombia, con excepciones milagrosas y honrosas como Puesto de Combate, también nuestros concursos literarios –irrisorios si se comparan con los de España, Argentina o México- han caído en desuso, no tienen ni permanencia, ni horizontes claros, no resisten los escenarios de las polémicas abiertas y sanas, y los pocos que subsisten se han llenado de condiciones notariales y leguleyas –con excepciones, también, admirables, como el de la Bienal de Novela “José Eustasio Rivera”, de Neiva- que no animan a la participación y sí asustan a los posibles escritores jóvenes colombianos.
La narrativa, la poesía, el teatro, el ensayo, las artes visuales, y sus autores, han tenido en estos 35 años el apoyo de la revista más juvenil de Colombia. Allí nacieron algunos mitos de su literatura, y los seguiremos creando con la terquedad y la tenacidad de su director (milciadesarevalo@hotmail.com)".

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